En ocasiones, hay que tomar decisiones duras. Decisiones que bien pueden ser políticamente incorrectas o simplemente no del gusto de todo el mundo. Bien, pues ser capaz de tomar esas decisiones es lo que marca la diferencia entre un líder y un advenedizo. Y a mí no me va a temblar la mano ni la voz a la hora de afrontar el futuro de lo que será mi Europa cuando yo sea el Presidente.
Para mí, los dos pilares fundamentales sobre los que debemos construir Europa son el Euro y Schengen. Dos pilares a los que no podemos renunciar, y cuya defensa, mantenimiento y fortalecimiento debe corresponder a Bruselas. Entiéndase, por supuesto, que cuando digo Bruselas me refiero a ésta como la sede física del Gobierno Europeo.

Distinto es el caso de Rumanía, Bulgaria y Chipre, países que, por no estar aún lo suficientemente preparados, no han sido autorizados a formar parte de Schengen. Aún así, su situación no deja de ser paradójica. Si son Europa, han de serlo al cien por cien. Hasta la última consecuencia. Y si por ellos mismos no son capaces de garantizar la seguridad de sus fronteras internacionales, Bruselas deberá de prestar todo el apoyo logístico y económico necesario para poder eliminar los controles aduaneros entre éstos Estados miembros y el resto de la UE.
Monumento dedicado a Schengen. |
Pues bien, cuando yo sea el Presidente de Europa, Schengen será de obligado cumplimiento para todos los estados de la UE. Aquellos países que aún no formen parte de él por no haber alcanzado los estándares de calidad mínimos en sus aduanas, recibirán todo el apoyo necesario de Bruselas. Y si Irlanda o Reino Unido no están de acuerdo con pertenecer a Schengen, entenderé que tampoco quieren pertenecer a la UE, y con todo el dolor de mi corazón les mostraré la puerta.
Bonus track: A propósito de Rumanía y Bulgaria, recuerdo que cuando entraron en la UE el 1 de enero de 2007, les fue impuesta a sus ciudadanos una moratoria de dos años para poder trabajar libremente en otros estados de la Unión. Aquello respondía al miedo que tenían estados más ricos de que se produjera una avalancha migratoria que pudiera colapsar sus propios mercados laborales. Pero no se ajustaba a la realidad, puesto que en muchos estados miembros, la población rumana y/o búlgara ya representaba una muy importante minoría. En concreto, recuerdo con especial dolor el caso de Viktor, un ciudadano búlgaro asentado en mi pueblo desde hacía año y medio que en octubre de 2008 vino a mi casa a pedirle trabajo a mi padre en la vendimia. Él y su familia estaban pasando hambre, y en el campo había trabajo. Pero mi padre no pudo contratarlos al estar vigente la susodicha moratoria.
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